Yo quería escribir un blog graciosete, con anécdotas simpáticas del embarazo y algunas historietas surrealistas que me pasan bastante a menudo. Sin sentimentalismos, ni reflexiones trascendentales que pudieran convertirme en una (futura) madre moñas. Pero parece que ya desde el principio voy a caer… porque, la verdad, no tengo ni pajolera idea de cómo contaos lo de las dos rayitas sin ponerme trascendental, ni sentimentaloide. Y eso que, en el momento en cuestión, ni lloramos, ni tuvimos una reacción de película. Aunque mentiría si dijera que no fue un momento especial, súper especial.
Las dos rayitas fueron muy deseadas, pero llegaron antes de lo previsto. Mis ciclos, largos e irregulares como ellos solos, auguraban un pre-embarazo largo. Nada más lejos de la realidad: a la primera (insisto: primera) se alinearon los planetas y «voilà» nos quedamos embarazados. El martes 17 de diciembre, un test de los de toda la vida nos confirmaba la buena nueva, que yo ya intuía por algunas cosas que os contaré en otro post. Yo estaba en un baño, alucinando, y el (futuro) padre en el otro, a punto de alucinar. No dejábamos de repetirnos «qué fuerte, qué fuerte» y en un alarde de romanticismo uno de los dos dijo «vamos a ser papás». Todavía no nos lo creíamos. Todavía, a veces, no nos lo creemos.
Después del shock, me invadió una alegría incontrolable. Quería saltar, gritar, bailar, darme contra la pared… No me podía estar quieta: ¡estaba embarazada! ¡Embarazada! ¡Yo, ya, tan rápido! ¡A la primera! Me fui al trabajo en una nube y, la verdad, me costó mantener el tipo y aparentar normalidad.
El día se me hizo eterno, pero por fin dieron las seis y salí pitando de la oficina. Ya en casa, no podía hablar de otra cosa, aunque la verdad es que no sabía muy bien ni qué decir. Él, que tardó un poquito más en asumir la noticia, tampoco sabía muy bien cómo actuar, así que fue todo wraro, wraro. Me puse a buscar en internet mogollón de información y, no muy tarde, nos fuimos a dormir. Éramos los mismos, sí, pero llevábamos con nosotros un secreto muy grande que teníamos que guardar y que, sin embargo, nos moríamos por compartir.
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