Soy madre desde hace casi cuatro años y, en ese tiempo, he leído mucho acerca de los peligros que entraña poner etiquetas a los niños. De cómo un acto, a priori inofensivo y sin mala intención, puede alterar el desarrollo de su personalidad y, por supuesto, de su autoestima.
Aunque siempre lo he tenido en mente, nunca le había dado tanta importancia como hasta ahora. Y es que ahora tengo dos hijos: uno de tres años y otro de uno. Además, son muy diferentes entre sí, lo que, aunque lo intente evitar, muchas veces me lleva a comparar. Comparo comportamientos y, sin querer, pongo etiquetas.
No se las digo directamente a ellos (¡menos mal!), pero sí las suelto a menudo en mi entorno, incluso estando ellos presentes. Bueno, las soltaba, que ahora estoy en pleno plan de contención. Sin necesidad y sin venir a cuento, pero… ¡me salían solas! Era como si tuviera la necesidad social de describir a mis hijos con adjetivos constantemente. Dime que a ti también te ha pasado…
Sentir el impulso de decir cosas tan manidas como… ¡Este chico es un trasto! O ¡qué duro es! ¡Es más bueno que un trozo de pan! ¡Sí, sí, es muy llorón! O la frase reina en mi vida: tengo dos hijos súper dependientes. Lo he dicho tantas veces que me escucho a mí misma repitiéndolo aquí y allá.
Cuando identificas un problema de este tipo, dices… ¡tierra trágame! Empiezas a ser consciente del patrón que rige tus pensamientos y de que, venga de donde venga, está muy arraigado en tu yo interior. Vamos, que etiquetas un día sí y otro también. Pero lo mejor no es fustigarse, sino actuar y cortar por lo sano: ¡adiós etiquetas!
Etiquetas en niños, una conducta generalizada que hay que cambiar
Te avanzo que no es un proceso sencillo y que si decides intentar dejar de etiquetar a los niños te va a costar. Mucho. Es un comportamiento social muy arraigado y te tocará, como en muchos temas relacionados con la crianza respetuosa, nadar a contracorriente. Pero seguro que, al final, merecerá la pena el esfuerzo.
¿Qué son las etiquetas?
Las etiquetas son adjetivos, positivos o negativos, que utilizamos para describir a un niño por los comportamientos que lleva a cabo. Estamos etiquetando cuando decimos que nuestro hijo es un quejica o un pesado, pero también cuando repetimos una y otra vez que es muy maduro o muy responsable.
¿Y qué pasa si les etiquetamos? Que, de una manera u otra, les condicionamos. Los niños no tienen una visión clara de sí mismos. Esta se forja a raíz de lo que los demás ven en ellos, sobre todo lo que su entorno más cercano (padres y profesores) ve en ellos.
O sea, que si hasta ahora le repetías una y otra a tu hijo que era un pesado para que se diera cuenta de que realmente es un pesado y dejara de preguntarte cuánto queda para llegar, que sepas que quizá estés consiguiendo todo lo contrario: es decir, que como todos esperan de él que sea un pesado, un pesado tendrá que ser.
Efecto Pigmalión: cuestión de expectativas
Si estás pensando que todo esto es un poco exagerado, quizá tengas razón. O no: en psicología llevan décadas hablando del llamado efecto Pigmalión, una teoría que describe cómo las expectativas y creencias de una persona influyen directamente en el rendimiento de otra.
El término, acuñado en 1965 por el psicólogo social Robert Rosenthal, pone de manifiesto lo que comentábamos más arriba: que hay que tener mucho cuidado con las etiquetas que ponemos a nuestros hijos. Porque nuestras creencias pueden convertirse en realidad.
Además, hay que tener en cuenta que si compartes tus etiquetas con los demás esas personas asumirán ese sesgo como propio. Lo que hará que las expectativas de todo su entorno coincidan y él o ella las asuma como verdad.
Recuerda:
Poner una etiqueta a un niño es fácil, quitársela no
Etiquetas positivas, ¿una trampa?
A raíz de estos experimentos y otros estudios, hay bastante consenso en cómo afectan las etiquetas a los niños: pueden minar la autoestima del niño. Pero, ¿qué pasa con las positivas?
¿Qué hay de malo en decirle a un niño que es bueno, generoso, responsable y maduro? En varios libros recomiendan evitar el uso de las primeras y recurrir a estas segundas. Pero la mayoría de psicólogos tampoco ve acertado utilizar etiquetas positivas.
Podemos halagar comportamientos, claro que sí, pero no dar por hecho que el niño es tal o cual por comportarse de una manera concreta. No sé si me explico.
Las etiquetas positivas pueden ejercer una gran presión sobre el niño y, de alguna manera, limitar tanto o más su desarrollo que las negativas. Pueden obligarte a tener, desde bien pequeño, unas expectativas enormes sobre tu persona, así que si las usamos que sean con mesura.
Pasos para dejar de poner etiquetas a los niños (o al menos limitarlo)
- Identifica el problema. Párate a pensar, de verdad, si estás poniendo etiquetas a las personas sin darte cuenta.
- Analiza qué etiquetas utilizas más y por qué las usas. ¿Cuáles son los adjetivos que más utilizas para describir a tus hijos? ¿Qué comportamientos crees que han provocado que recurras a ellas?
- Intenta ver las cosas de otra manera: ¿ese comportamiento que hasta ahora te parecía que se correspondía con un niño cabezón, no puede significar otra cosa?
- Relativiza y entiende que el hecho de que tu hijo llore en determinadas situaciones no le convierte en «un llorón», ni en «un quejica».
- Probablemente, tampoco «esté llorando todo el rato» ni «quejándose sin parar». Los expertos recomiendan no generalizar.
- Y por último… ¡quiere mucho a tus hijos! Acéptales como son: personas que están aprendiendo a vivir y que, como todos, tienen días mejores y días peores.
A lo mejor siguiendo estos pasos no consigues dejar de poner etiquetas a los niños, pero serás más consciente del poder de tus palabras y, probablemente, reduzcas mucho su uso.
¿Y tú? ¿Etiquetas a tus hijos sin darte cuenta? ¿Te sumas al reto de #ceroetiquetas?
Posts Relacionados
Si te interesa este post, quizá también te interesen:
Este tema lo trabajamos mucho en las clases de meditación a la que acudo. La mayoría de las personas tenemos problemas por lo patrones y las etiquetas adquiridas en la infancia. No está demás nunca recordarlo porque es difícil cambiar esos hábitos tan dentro de nosotros.
La verdad es que yo desde que soy madre soy mucho más consciente de todo esto, de los patrones que importamos y reproducimos sin darnos cuenta… ¡Increíble!
Muy bueno Sara!
Gracias Lara, eres un amor
Cómo me ha gustado este post. Tienes toda la razón, yo tengo la necesidad de decir constantemente que mi rubio es muy bueno, y es verdad, pero me doy cuenta que tampoco tengo la necesidad de decirlo constantemente y menos cuando él está presente. Voy a intentar contenerme, porque no es necesario ni bueno.
A mí me pasa también con Adrián, que se porta muy bien habitualmente y yo digo que es bueno… Pero claro… me he dado cuenta de que eso de alguna manera quizá le está presionando porque cuando hace algo que no se supone que está bien… ¡lo lleva fatal! Gracias por comentar!!!